Bruno Crémer, el Maigret más cinematográfico (demasiado parecido a De Gaulle para mi gusto) ajustándose los chacras con el aperitivo.
Con la Ley Mordaza en la puerta, sé que no es el mejor momento para confesar mi pasión por un jefe de policía. También que quienes no le conozcáis (íntimamente, como le conozco yo) os parecerá un tipo cualquiera. Un super-ventas más o simplemente la versión francesa de Agatha Christie.
¿Por dónde empezar? Maigret es un policía taciturno y sin glamour que resuelve sobre todo crímenes de barrio. Come en casa con su mujer siempre que puede, coge la gripe en otoño y, según se va haciendo viejo, intenta beber menos porque se lo ha mandado el doctor. No pega tiros ni puñetazos, no se mete en persecuciones ni tiene carnet de conducir. En realidad, ni siquiera investiga. A veces toma huellas o manda pruebas de balística pero es por hacer algo. Su manera de proceder no es científica, no se basa en el análisis objetivo del caso, sino en su comprensión profunda. Es un místico. Un místico a su pesar. Un místico camuflado en la vida de un señor.
Su método (el famoso método Maigret que estudian policías de todo el mundo y críticos literarios) consiste en integrarse en el entorno del crimen (una calle, una familia, un grupo de amigos) y comprenderlo. Pero comprenderlo, no con el raciocinio, sino con todo su ser. No es tanto intuición (aunque la tiene fina y la usa mucho) como una especie de fundirse-con-lo-que-le-rodea y verlo con la evidencia con la que se ven las cosas cuando te transformas en ellas. Sé que suena raro pero es así: Maigret procede por ósmosis.
Dice la wikipedia: “La ósmosis es un fenómeno físico relacionado con el movimiento de un solvente a través de una membrana semipermeable. Tal comportamiento supone una difusión simple a través de la membrana, sin gasto de energía. La ósmosis del agua es un fenómeno biológico importante para el metabolismo celular de los seres vivos.”
¿Cómo lo hace exactamente? Primero, no tiene prisa. Aunque resuelve los casos en pocos días y a veces se agobia si esa comprensión profunda (ese estado de disolución) tarda en manifestarse, nunca se precipita. Segundo, a pesar de ser parco en palabras, dedica toda su energía a la conversación. Desde el primer sospechoso hasta el último de los vecinos, interroga, observa, escucha. Todas las personas que participan del micro-mundo en el que se quiere fundir son de su interés. Ese mundo, que unas horas antes era ajeno, pasa a ser su mundo. Tercero, según explica él mismo, nunca cree nada hasta que sabe. Durante el curso de la encuesta evita los prejuicios, esforzándose por mantener la mente, como él dice, disponible. Abierta a esa experiencia de lenta permeabilización.
Como todos los místicos, Maigret practica la repetición de gestos como ejercicio de concentración (los demás llamamos a eso rutina). Por eso sus días son siempre iguales y por eso la estructura de las historias también. Mirar qué tiempo hace. Llenar la pipa. Coger el autobús. Mirar el Sena por la ventana. Llamar a Mme Maigret si no va a comer. Tomar el aperitivo. Almorzar, si puede, en el barrio donde se desarrolla la encuesta. Hablar con la dueña del bar, con los camareros. Seguir recorriendo las calles, los cafés, las tiendas. Volver al despacho. Ordenar la colección de pipas. Tomar unas cervezas en el bar de abajo. Volver a casa. Cenar con Mme Maigret y mirar la tele. En una historia de Maigret, siempre sabes qué hora es. También sabes siempre qué tiempo hace. Si sopla el viento, si huele a mojado, si están empezando a acortarse los días, si refresca la tarde tras un día de mucho calor. En ese proceso de disolución con el entorno y metabolización, como en todos los procesos orgánicos, la climatología es fundamental: acelera, mitiga, ralentiza, acompaña. También sabes siempre qué bebe, qué come y qué cena.
Maigret desprende una sensación narcótica que actúa al margen de la trama, como una vibración. Por debajo o por encima pero en todo caso fuera del umbral de la conciencia, como los ultrasonidos que los humanos no oimos pero nos pueden hacer enloquecer. A ese nivel funciona el método de Maigret como comisario y a ese nivel funciona también la comunicación que establece contigo. A un nivel subconsciente o subcutáneo.
Y luego está todo lo demás. El despliegue de personajes (que pasan a formar parte de los recuerdos de tu vida, como en las mejores historias), los diálogos finísimos (hay interrogatorios que son piezas de arte), sus visitas a la intimidad (no pega tiros pero entra hasta la cocina), su retrato cambiante de París desde los años treinta hasta los sesenta (que hace de la serie una buena guía alternativa de la rive droite, la de la gente corriente) y cómo no, Mme Maigret, mujer-soldado-profesional (personaje fallido y sin embargo memorable).
Calendario de trabajo de Simenon de la muestra “Georges Simenon, parcours d’un écrivain belge” en el Museo de las Letras y los Manuscritos de Bruselas, 2011-2012.
La mala noticia es que Maigret tiene autor. Un tal Simenon, genio y cretino a partes iguales. Nacido en Bélgica, periodista, antisemita (fue uno de los autores más mimados del régimen de Vichy), misógino y bebedor. Dicen que su método de trabajo era el mismo que el del comisario. Se encerraba con la máquina de escribir, tabaco y una botella y entraba en un estado paralelo de conciencia del que emergía unos días después con la novela en la mano. Como si se volviera loco. Después, se publicaba por entregas en semanarios de kiosko. Luego, en libros sueltos, colecciones, tapas duras, formatos de bolsillo. En total, 75 novelas y 28 relatos, 550 millones de libros vendidos, 13 películas (más una en rodaje ahora, dirigida por Mathieu Amalric), 7 series de televisión (varias francesas, una inglesa, una alemana, una italiana, una japonesa de 25 episodios), cómics, obras de teatro, sitios webs, exposiciones y todo tipo de antologías. Y no, no es literatura policiaca.