Hace un año empecé a escribir un texto que se acaba de publicar. Se llama “La cháchara” o “La cháchara y la cátedra. Prácticas de conocimiento feminista” y forma parte de “Arte ekoizpen feministak – Producciones de arte feminista”, un libro colectivo editado por Maider Zilbeti y publicado por consonni (más info al final de este post).
Además de la publicación en papel, el texto fue objeto de una presentación pública en unas jornadas sobre arte feminista organizadas también por Zilbeti en Arteleku (Donostia), el pasado mes de julio.
No sé si por suerte o no, no lo tengo claro aún, en el vídeo de mi intervención no sale el debate. Digamos que fue complicado. Creo que nunca, en ninguna de las charlas o mesas redondas en las que he participado, he tenido que lidiar con un debate tan duro (por la severidad de las críticas), tan amplio (por la diversidad de posiciones a veces contradictorias y solapadas: interseccionalidad en acción) y a la vez tan apasionante, en lo intelectual pero sobre sobre todo en lo humano, o lo psicológico, o lo inter-personal. Hubo discusiones obvias, hubo críticas generosas, hubo desacuerdos y punto; esas fueron las fáciles. Pero hubo también algo sumergido, inexpresado, conectado tal vez con la red de relaciones dentro del público (relaciones, proyecciones, expectativas, alianzas, desconfianzas, malentendidos, aprensiones). Le non-dit, que dicen. Aún sigo dándole vueltas, aún sabiendo que seguramente no acabaré nunca de entender bien qué pasó. Polémica feminista, la amamos como es.
Vistas desde la Académie Buissonière en una mañana de cielo claro (la foto es de ChusAzGi).
Es verdad que la propuesta de La Cháchara es confusa, para mí también. Y además doblemente, porque no es igual el texto que la presentación. Es un ensayo-collage, un palimpsesto. Se llama palimpsesto (del griego antiguo “παλίμψηστον”, que significa “grabado nuevamente”) al manuscrito que todavía conserva huellas de otra escritura anterior en la misma superficie, pero borrada expresamente para dar lugar a la que ahora existe dice la sabionda Wikipedia. Todo texto lo es, pero no siempre lo muestra. No escribimos, re-escribimos.
Mi intención con este [texto-instrumento] es empezar a ordenar una serie de elementos que me ayudan a reflexionar sobre la cuestión del conocimiento (tela marinera) desde una perspectiva que creo feminista (pensada desde lugares que no son necesariamente reconocidos como feministas pero participan, en mi opinión, de similares cuestionamientos). Tiene un papel relevante Michel de Certeau, cuya lectura me ha acompañado todo este año.
No tengo muy claro dónde me meto ni a dónde quiero llegar, pero no me importa. Para eso ya hay otros lugares, otros lenguajes (y tenemos muchas buenas razones para desconfiar de esos lugares y esos lenguajes). Me importa mucho más reivindicar la escritura como un espacio de búsqueda. Como un espacio de erranza, en el doble sentido de andar sin rumbo y de equivocarse. Y más aún desde una posición feminista. Y más aún para nosotras: nosotras, que nunca hemos sido autoras.
El nombre de esta búsqueda en mi cabeza, el nombre del archivo en mi disco duro, es otro. Es la academia buissonière. En francés, faire l´école buissonière significa hacer pira, hacer campana, saltarse las clases. Pero literalmente significa hacer la escuela de los matorrales. No es que no vayamos a la escuela, es que vamos a otras escuelas.
En los matorrales se aprenden un montón de cosas. Normalmente están protegidos pero están afuera y se ve el cielo y suele haber más gente, gente escapada de otras escuelas. Podemos llamarlos espacios de aprendizaje informal, pero creo que academia matorralera le hace más justicia, por lo canalla, por lo revuelto, por lo insolente. Puro cruising.
Certeau usa ese adjetivo –buissonières– para referirse a las artes de hacer, el objeto de su larga investigación colectiva que culminó en los dos tomos de “La invención de lo cotidiano”. Las artes de hacer, dice, son prácticas buissonières porque son “prácticas resistentes, clandestinas, informales y continuadas de producción y consumo de cultura y saber, en los márgenes de la cultura dominante”. Pero son más.
“Una teoría de las artes de hacer”, dice Certeau, es “una teoría de las maneras populares – impensadas pero practicadas – de burlar los sistemas impuestos, colarse entre sus fallas, maniobrar y conspirar”. Somos nosotras, amigas. “Las artes de hacer”, continúa su colaboradora y editora Luce Giard, son en definitiva “los caminos por los cuáles un grupo social llega a sacar provecho de las condiciones impuestas para inventar su libertad”.
Nos vemos en los matorrales.
Muchas gracias a mis compañeras de LMC, maestras matorraleras.