Playboy, el chico de interior

El último libro de Preciado, “Pornotopia. Arquitectura y sexualidad en Playboy durante la guerra fría”, contiene dos ensayos en uno. El primero puede leerse como una extensa nota a pie de página del anterior “Testo Yonki” sobre la puesta en marcha del régimen farmacopornográfico, ilustrado en este caso por el universo Playboy como primera empresa que comercializa con éxito el burdel multimedia global, es decir: el complejo integrado por la revista, los programas televisivos, las webs y los demás productos mediáticos que explotan el business-core de la marca de las conejitas. El segundo ensayo es más específico, pues incorpora a lo precedente el factor arquitectónico y en concreto: la construcción cultural de los espacios de vida en la sociedad norteamericana de posguerra.
Dicho en un tweet: en la década de los cincuenta, Plaboy inventa el hombre de interior.

Hugh Hefner, fundador de Playboy y pionero del trabajo horizontal, en su casa, Chicago 1966 (foto: Burt Glinn / Magnum).


¿Cómo es eso? Ya sabemos que en la era atómica, las mujeres, encerradas en la casa familiar suburbana con niños, jardín y electrodomésticos que hacen todo solos, se mueren de aburrimiento. Pero resulta que sus maridos, educados para ocuparse de las cosas que cuentan, se aburren todavía más. Peor: se sienten desposeídos, porque el lugar al que regresan tras chuparse nosécuantas horas en coche al salir de la oficina, no les pertenece. La casita unifamiliar no funciona solo como “un confortable campo de concentración suburbano” para las mujeres de clase media; también lo es para sus esposos.


A la izquierda, el hombre americano tradicional; a la derecha, el nuevo playboy (dibujos de Arv Miller para Playboy, 1953).

Además, el varón heterosexual americano de los años cincuenta ya no es como sus padres. No le gusta ir de caza, no se identifica con los valores de trabajo, familia y responsabilidad y está hasta los huevos de las obligaciones a las que le condena su condición de buen padre y buen esposo. Hijo predilecto de la sociedad de consumo, reivindica él también el derecho a una habitación propia. Un lugar en el que sentirse frívolo, infantil y libre; y lo que es más importante: un lugar al que la tipología de mujeres que dominan su vida en el espacio privado y delimitan el campo de sus obligaciones en el público -la madre, la esposa y el ama de casa- nunca tengan acceso. El imaginario masculino de la posguerra reclama pues una masculinidad a su medida y un espacio ideal (utópico) para ponerla en escena. Es lo que en marketing se conoce como “target de mercado”.

Quería una casa de ensueño. Un lugar en el que fuera posible trabajar y también divertirse, sin los problemas y conflictos del mundo exterior. El hombre no sueña con un rincón donde colgar el sombrero, sino con su propio espacio, con un lugar que sepa que le pertenece, un entorno que pueda controlar por sí solo. Playboy ha diseñado, de los zócalos al techo, el ático idel para el soltero urbanita. Hugh Hefner, editorial de Playboy 1953.


Corte longitudinal del ático de soltero Playboy diseñado por Donald Jaye en 1962.

Este nuevo hábitat, que Preciado denomina “topos erótico alternativo a la casa familiar suburbana”, tomará cuerpo, primero en el ático Playboy, después en la mansión Playboy de Chicago y la mansión Playboy West de Los Angeles, donde el fundador de la marca, Hugh Hefner, vive y trabaja en batín de seda y zapatillas, rodeado de novias y colaboradores. En las casas Playboy, reales o ficticias, las divisiones de género están estrictamente controladas pero no en la forma habitual. “La estrategia de Playboy no era transformar a la madre y el ama de casa en puta legal -como hasta entonces- sino modelar una compañera ideal que no suponga una amenaza para la autonomía sexual y doméstica”. Es aquí donde hacen su entrada las conejitas, no como elemento central del negocio, sino como espejismo, para reforzar la idea de una masculinidad de interior manteniendo alejado al fantasma del homosexual. La figura femenina es estratégica pero insignificante y sólo se hace presente de manera virtualizada: como playmate invitada, su presencia puede activarse o desactivarse cerrando una puerta o pasando una página.

“Pornotopia”, con el que Preciado ha resultado finalista del premio Anagrama de ensayo, incluye también un estudio pormenorizado de la famosa cama redonda de Hefner y un sinfín de referencias bibliográficas y cotilleos. Son apenas 200 páginas, con letra grande, que se leen en tres sentadas.

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2 Responses to Playboy, el chico de interior

  1. La mansión de Hefner tiene algo de Disneyland, de universo cerrado en sí mismo, perfecto, incorrupto… Qué ganas de leer el libro!

  2. ptqk says:

    Está muy bien Perla 🙂

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