Publicado en Zehar #66 (Arteleku) en enero de 2010.
“The Farm” de Alexis Rockman en la exposición “Paradise Now: Picturing the Genetic Revolution”.
(…) Mirar a la ciencia desde la no-ciencia (ya sea desde esas hijas bastardas del racionalismo que son las ciencias sociales o desde el propio arte entendido como laboratorio del imaginario) parece ser una parada inevitable del pensamiento como práctica situada y política. “Soft Power” se ubica abiertamente en ese intersticio entre disciplinas pero su enfoque dista mucho de los que tradicionalmente se encuentran en las categorías del bioarte o el sci-art que, a pesar de su juventud y de la limitación inherente a cualquier etiqueta, poseen ya su historia, sus héroes y sus padrinos. Durante toda la década de los noventa y especialmente desde el famoso conejo fluorescente de Eduardo Kac, el bioarte se ha caracterizado por una perspectiva a-crítica y celebratoria travestida de divulgación, fundamentalmente literal (grandes fotografías de células o proteínas), espectacular (como “la creación de una chaqueta de piel realizada con las células de una vaca que aún no ha nacido”) y plagado de eslóganes solemnes (como ”Gracias a la ingeniería genética los seres humanos podremos vivir 150 años”). El resultado es lo que Jacqueline Stevens llama la narrativa genética: “el género trágico de nuestro tiempo”, que ha servido como carta de presentación de una iconografía científica favorable a los intereses de la bioeconomía.(…).