A raiz del seminario Sharing Artistic Strategies que se celebró en Arteleku el pasado mes de mayo, realicé sendas entrevistas para el suplemento cultural Mugalari a dos de los invitados: Cornelia Sollfrank y Fran Ilich. Estos son algunos fragmentos de la entrevista a Cornelia Sollfrank, que se puede leer integramente aquí. La de Ilich, en unos días.
En el seminario y la mesa redonda Sharing Artistic Strategies, celebrados en Arteleku, Cornelia Sollfrank abordó algunos de los ejes principales de su trabajo: los límites de la idea de autoría y genio artístico y el papel actual de los artistas en la construcción de una sociedad basada en el conocimiento y el intercambio de bienes intangibles.
Desde mediados de los noventa, la trayectoria de Cornelia Sollfrank ha estado ligada al hacking, el arte conceptual, el net.art, el ciberfeminismo y, en general, la transferencia de las estrategias subversivas de las vanguardias a los medios digitales. Ha sido una de las responsables de las tres Conferencias Internacionales ciberfeministas, redactora de las fundacionales “100 anti-tesis del ciberfeminismo” y fundadora del colectivo Old Boys Network, uno de los más significativos de este anti-movimiento surgido en plena explosión del new media art para denunciar la dominación masculina en el ciberespacio.
Entre sus intervenciones artísticas cabe mencionar net.art generator, una aplicación informática que recombinaba materiales online para crear “obras de net.art” o Female Extension, con la que simuló la inscripción de más de 200 artistas mujeres a una competición de arte digital.
En los últimos años, su obra se ha centrado en los límites de la autoría y la propiedad intelectual con obras como I don’t know (2006), una video-entrevista con Andy Warhol en la que ambos artistas dialogan sobre la creatividad, la autenticidad, las técnicas de reproducción digital y la verdadera autoría de las flores pintadas por el americano.
Es obvio que en la última década el arte se ha ido instrumentalizando cada vez más para fines políticos. No sólo las ciudades lo utilizan para competir unas con otras, también ocurre a nivel estatal: se habla del “joven arte británico” o la “nueva pintura alemana”. Curiosamente, el Estado no gasta menos en arte sino que ahora se sirve de éste para otros fines. Esto no sólo significa el final de la autonomía artística -si es que ésta ha existido alguna vez- sino también algo mucho más inquietante: que las prácticas culturales críticas o experimentales sólo pueden, o morir de hambre, o pasar a formar parte de la propaganda estatal.
Estoy convencida de que actualmente vivimos un gran cambio en el que los artistas deben repensar su posición en la sociedad. La mayoría de ellos aún no se han dado cuenta de la importancia que tienen. Están en el ojo del huracán, ya sea en el escenario descrito antes o en lo que se refiere a las políticas de propiedad intelectual. Los artistas juegan un papel primordial en la construcción actual de la sociedad pero todavía se creen individuos románticos que no hacen nada más que expresar sus sentimientos. Esta es la razón por la que pueden ser tan facilmente explotados: trabajan casi gratis y están satisfechos si obtienen un poco de reconocimiento.
Pensando en cómo ser independientes económicamente y obtener cierta libertad, es el camino que ya han tomado muchos artistas (incluso recurriendo al apoyo de sus compañeros y familiares). Pero esto está muy oculto. Hacerlo de manera consciente como estrategia y utilizar ese espacio de libertad fortalecería a los artistas porque no se sentirían unos perdedores si no ganan dinero con su arte.
Si la cultura puede servir para construir la reputación de una ciudad también puede servir para destruirla. Los artistas son especialistas en operaciones simbólicas y además desde una posición muy poderosa. Los gestores deberían tener más cuidado con el modo en que tratan a sus “recursos creativos”.
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