A veces pienso en los marcianos. Si de verdad están ahi arriba mirándonos, como nos gusta imaginar, tienen que alucinar mucho con las cosas que hacemos. Por ejemplo, bailar, que parece la cosa más natural del mundo pero si te paras a pensarlo, es completamente absurdo. Oir un ritmo y ponerte a agitar los brazos y las piernas, mover la cabeza hacia adelante y hacia atrás, aprovechar el movimiento para acercarte a la persona que te gusta en plan ceremonia de aparamiento… Si le quitas la música y los siglos de cultura ritual es completamente ridículo. Un marciano o cualquiera que no tenga interiorizados los códigos humanoides tiene que flipar.
Con el dinero pasa parecido. Qué pensarán de nosotros las otras formas de vida, que se supone que somos los más inteligentes de este lado del sistema solar y nos hacemos la vida imposible unos a otros por culpa de pedazos de papel. O de dígitos en una pantalla que se suponen convertibles en pedazos de papel – y que en realidad ni siquiera lo son porque si todos fuéramos a sacar el dinero que tenemos en el banco el sistema financiero se colapsaría. Si yo fuera marciana no entendería cómo una cosa que no existe puede llegar a tener tanta importancia.
En la primera parte de ese documental panfletario llamado “Zeitgeist” explican muy bien las reglas del juego más popular de la historia del mundo: el juego financiero (realmente es lo único bueno de la peli, la segunda parte con el tipo de la CIA descubriéndonos América es como para pasar al otro lado de la pantalla y ostiarlo hostiarlo*; y el final apoteósico con el barbudo new age haciendo de mesias de la era neocon es en, sín mismo, un nuevo género del marketing para sectas).
Bueno, pero el principio es bastante genial. Explica muy bien que el dinero como tal no existe. Es sólo una convención que se basa en la confianza. Como la religión, es una cuestión de fé. Lo que sí existe es el crédito -que tiene la misma raiz etimológica que la confianza y no es casualidad. El pedazo de papel, la moneda de metal, el importe electrónico son derechos de crédito. Su utilidad depende de la confianza que depositamos en ellos. O sea, que efectivamente son lo que dicen ser y que al final de la cadena de intercambio se convertirán en nuestros deseos. Yo pasé cinco años estudiando economía y nunca jamás ningún profesor nos explicó una verdad tan sencilla, la cosa es para mosquearse.
El sábado acabó el festival Drucker en Berlin, un encuentro de serigrafía e impresión que este año estaba dedicado – adivina adivinanza- a la crisis. El de arriba es uno de los documentos fiduciarios producidos en los talleres (aquí hay más). Yo desde luego no pagaría un duro por ninguno de ellos pero… es cuestión de fé. Y de gusto porque como papel de pared son mil veces más elegantes que los euros.
* Mensaje de mi querida madre que es única: “Hay algo que quería decirte hace tiempo. (yo, glups) Cuando escribes en el blog, siempre pones la palabra hostia sin hache. Seguramente te pasa porque escribes en varios idiomas. Así que ya sabes, es con hache.” 😀
Yo también estudié economía y la verdad es que es increíble que a lo largo de la carrera, no te dejen más claro que todo lo que estudias (y todo en torno a lo cual gira nuestro apreciado sistema en general) es una pura cuestión de fe. Es fascinante pensar que el dinero no existe…
Aparte de todo, ¡qué ideal tu madre, que te supervisa, en el buen sentido, el blog!! Me encanta lo de “como escribes en muchos idiomas”… Jajaja…
Lo que es fascinante es que tambien seas una economista 🙂 nadie lo diría leyendo tu blog. ¿animales transdisciplinarios? pensar el dinero desde otros lugares siempre da resultados interesantes verdad?